Cuando abras esta
carta…
Este documento escrito por el literato español Gustavo
Martín Garzo se publicó en 1997 en la obra
Los cuadernos del naturalista. Ésta es
un conjunto de veintidós textos muy breves que hacen hincapié en una historia
de amor que se fragmenta en diversos episodios.
El pasaje que nos toca analizar es una carta de
amor y más bien se podría decir un poema en prosa. En el escrito un amante pone de manifiesto la unión
existente entre el placer del amor y el dolor de la ausencia. Así el amoroso confiesa sus sentimientos y sus
tormentos a la amada antes de que se vaya ella de viaje. A decir verdad rechaza
él la realidad de la marcha intentando sustituirle otro viaje muy deseado esta
vez y sumamente idealizado.
En esta carta que consta de dos partes resultan
muy importantes los tiempos ya que en realidad determinan las diferentes fases
del discurso.
Primero, el autor se vale del futuro para
introducir el discurso. Luego utiliza el condicional para presentar una
realidad potencial. Y por fin emplea el imperfecto del subjuntivo para enunciar
una ristra de deseos que son entrañables para el amante.
La primera frase expone muy rápidamente la
situación. Así el lector se entera de que la amada se va de viaje y por eso su amante
le escribe una carta. Tendrá ella que leerla sólo una vez en el tren ( “ cuando abras esta carta ya estarás
sentada en tu tren”). El remitente emplea el futuro para hacer
hincapié en una realidad próxima que tendrá que afrontar y a decir verdad no tiene
y no tendrá más remedio que aceptarla.
Así se dirige directamente a su amada y el uso de
la segunda persona del singular y del posesivo “tu ” ( “ tu tren”)
evidencia que la dicha situación le resulta muy desagradable y penosa, hasta se
tiene el sentimiento de que recalca el “tu” como
si se tratara de un reproche. En efecto, la mujer va a alejarse de él y va a
vivir una experiencia sola, totalmente independiente, no estará él a su lado y
bien se nota que eso lo entristece sumamente. Sin embargo como lo indican las paréntesis, se supone que quedaron de acuerdo los dos a
pesar del recelo experimentado por el hombre.
Pero no se detiene en ello y prefiere optar por
evocar una situación potencial. Desde luego el uso del condicional,
presente en la mayor parte del discurso, alude a esta
realidad eventual. Pero antes que nada parece imprescindible subrayar que el “yo” se sustituye al “tú”
de la primera frase, lo que demuestra que el amante toma la iniciativa y se lo
encarga de todo. Así se pone a soñar con una realidad muy diferente e imagina que
bien lo dejaría todo para viajar al lado de su amada, para estar a su escucha y
para que no necesite ella de nada, listo para satisfacer su menor “capricho”. Pues
según sus propios términos, incluso no vacilaría en dejar su identidad, su
propia vida para tener este privilegio(“ mis tareas, mi nombre, mi propia vida” ). Se nota que
no duda de él el amante y lo confiesa cuando dice que no ve en este mundo
alguien susceptible de” hacerla tan feliz como él”.
Para apoyar sus decires hace una enumeración de todo
lo que haría para ella, todas estas cositas de la vida cotidiana, es decir las
numerosas atenciones que un amoroso tiene con su amada ( “
te cuidaría” “te
ayudaría” “colocaría” “pondría” “ qué pendiente
estaría”). Y poco a poco, en su espíritu, de un viaje que podría ser, se
perfila un viaje que tendría que ser ( “ los libros que habríamos que leer”) y evoca aquí una
fusión de dos seres, dos seres inseparables así como “los
frutos que cuelgan unidos en la misma rama”. Él y su amada resultarían
unidos como estos frutos.
Pero de pronto el pesar de la ausencia restablece
la realidad y revela cuánto la echa de menos, y hasta tal punto que ya no le
apetece nada, todo le parece aburrido sin ella ( “qué
doloroso me parece caminar por las calles” “ basta
que tú no estés para que todo me parece extraño
e indiferente”) . Aquí se puede hacer una comparación con el celebre verso de Lamartine : “ un seul être vous manque
et tout est dépeuplé”. He aquí la cruel constatación por parte del
amante; se siente totalmente desorientado, abandonado como la ciudad ( “por las calles de la ciudad
abandonada”) y sin su amada sólo es él una alma en pena que vaga por las
calles tal un fantasma.
Todo ello lo conduce a formular una serie de
deseos apasionados y es cuando se vale el autor del subjuntivo( “acordara”, “supiera”,
“pudiera”, fuera”,
“ tuvieras que llevar”, “me pusiera”) para expresarlos. En efecto, ahora el hombre desearía
que fuera su amada la que le condujese y que se ocupase de él. A decir
verdad el amante invierte los papeles. Así
le gustaría ser una persona indefensa, sin memoria, sin conocimiento,
desprovisto de sensación visual( “ que yo no me acordara de
nada”, “no supiera nada”,
“ ni siquiera pudiera ver”, “ que fuera un cieguito”) . De este modo estaría él
entregado al amparo de la amada. Ella sería su guía y tal un niño con una madre
se fiaría él de ella y progresaría dirigido por su apoyo y tranquilizado al
sonido de su voz. Parece imprescindible subrayar el sentimiento de obligación
que se destaca de estos deseos. En efecto la situación expuesta por el amante
no dejaría opción a la mujer y no tendría más remedio ella que ayudar al amante.
Se destaca esta idea de obligación cuando el autor emplea “ tuvieras que”. Para
convencerla de lo perfecto que resultaría ello, el amante hace una comparación
con un episodio que vivieron juntos algún día en el
cine. Expone los sentimientos que experimentó aquel día, estaban juntos y era
lo esencial, ya no existía nada alrededor, el tiempo y el espacio quedaban
impotentes ante dicha unión y fusión (“ entre el tiempo que
fluía…cuenta” ). Los enamorados fijaban la mirada en la misma dirección
y viajaban juntos alrededor del mundo. En la última frase el amante pide a su
amada que participe y comparte sus sueños ( “ como si hubiéramos dormido a la vez y compartiéramos el mismo
sueño” ) y sobre todo intenta que regrese a su lado.
Para concluir se puede decir que en esta carta se
destaca un amor pasión, un amor posesivo y obsesivo. Piensa en ella todo el día
el amante, su espíritu se encuentra continuamente acaparado. Es una tortura la
ausencia, y un regocijo la presencia.