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Cuando llama la conciencia

 

 

 

Este texto escrito por el vasco Bernardo Atxaga se publicó en El País Semanal en diciembre de 1998.

El documento es un relato que se compone de dos partes muy distintas en la vida del escritor pero a decir la verdad se encuentran hondamente vinculadas ya que la segunda, aunque ocurre años más tarde,  procede de la  primera.

Así la primera parte alude a un  momento pasado que sucedió a finales de la época franquista en España y durante la cual el protagonista expone una página de su vida propia (l 1- l 19).

La segunda parte sucede veinte años más tarde y el escritor publica en ella otro episodio de su existencia que aclara totalmente el título del fragmento: “Cuando llama la conciencia” (l 20 – l 39).

 

Primero la escena acontece en un cuartel ubicado en Cataluña y más exactamente en su capital Barcelona. Sucedió el episodio “a mediados de los setenta” es decir durante la época franquista ya que falleció Franco en noviembre de 1975. Barcelona, hay que subrayarlo, fue la última ciudad republicana en caer en las manos de los franquistas. En efecto como en el País Vasco español la progresión de las tropas nacionalistas durante la Guerra Civil fue encarnecida.  

Entonces la escena sucedió en aquellos tiempos cuando como en muchos países los jóvenes españoles tenían que hacer la “mili” (la “mili” existió en España hasta los años 2000).

Por consiguiente el protagonista estaba haciendo la “mili” y algún día mientras estaba leyendo un libro de poesías en su cama recibió la visita de un superior suyo. Claro quiso el joven soldado ponerse de pie y saludar al sargento como lo requiere la regla pero éste le interrumpió en seguida. Y de buenas a primeras le preguntó si le gustaba la poesía. Por cierto puede parecer muy sorprendente la interrogación sobre todo por parte de un militar en la dicha época y por eso el joven soldado no supo que responder. Además no se atrevió el joven a confesarle la verdad al recordarse un acontecimiento que le sucedió a un amigo suyo a quien le trataron de “marichica” por haber sacado unas fotos del paisaje durante maniobras. “Un poco” fue la respuesta suya porque temió a que el sargento se burlara de él. Y estupendamente tanto para el soldado como para el lector fue increíble la reacción del sargento. En efecto las personas o mejor dicho los militares aficionados a la  poesía no solían confesarlo durante la época de Franco principalmente cuando estaban en el cuartel. Entonces ya se puede notar algo excepcional en la persona del sargento .Y para colmo invitó al narrador por fin  a que viniera a su oficina para que charlaran  y recitaran unos versos juntos. En resumidas cuentas lo de la visita en el dormitorio, lo de la pregunta y por último lo de la invitación dejaron al soldado boquiabierto.

Una vez en su oficina el sargento no vaciló en compartir con el soldado sus recuerdos de infancia. Así aludió a  su pueblo y a su escuela (en las cercanías de Jaén) y sobre todo  le habló de un maestro suyo aficionado a la poesía y al teatro. Se supone que este maestro supo darle el gusto de la literatura al niño y por añadidura le ofreció una antología literaria con dedicatoria: “Para José Manuel Silva, mi mejor alumno”. Esta obra parecía ser un verdadero tesoro para el sargento (“conservo este regalo suyo como oro en paño”) y la protegió con esmero hasta entonces. Al exponer su fabuloso tesoro se puede pensar que en la voz del señor Silva y en su mirada había algo de esta alegría que se suele oír y observar cuando un niño  se ve premiado.   

Entonces aquí el narrador esboza un retrato muy positivo del sargento ya que éste supo preservar algo inocente y además lo presenta como persona muy generosa porque por fin no dudó en prestarle el precioso libro al soldado para que lo leyera y que la poesía lo maravillara. Claro aceptó el protagonista la oferta un poco perturbado por tener entre sus manos tal joya y sobre todo conmovido por la generosidad y confianza del militar y aseguró que dentro de una semana la famosa antología volvería a su lugar en el cajón. Sin embargo sin que se supiera por qué el libro nunca volvió a su lugar de origen.

 

Asimismo el sentimiento de sorpresa se nota en la segunda parte. En efecto unos veinte años más tarde (1994) el escritor vasco regresó a Barcelona. No obstante esta vez,  claro, ya no se trata de la época franquista sino más bien de la época de la democratización de España.

Vino él para la Feria del Libro de Barcelona parecida a la muy famosa de Frankfurt. Parece imprescindible subrayar que tuvo lugar por primera vez en 1977 la Feria de Barcelona. Es decir poco tiempo después del episodio relatado en la primera parte del documento y así poco después de la muerte de Franco.

La casualidad le procuró al escritor que se topara con el propio hijo de su superior en la “mili” que manifestó tanta bondad para con él en aquellos tiempos. En efecto la primera persona a la que encontró el escritor fue un conductor de taxi que lo recogió en el aeropuerto. Y como cualquiera conductor de taxi deseó entablar la conversación con su cliente. Le hizo las preguntas de rigor, tales las razones de su viaje y los motivos de su ida a la Feria. Cuando supo aquél que el protagonista era escritor le confesó en seguida que a él no le gustaba leer. En cambio le reveló que a su padre le deleitaba sumamente la poesía y sólo lo de irse a la cama cada noche con un libro de poesía corroboraba dicha  afición.  De repente el escritor se acordó de aquel acontecimiento que le sucedió en el cuartel cuando la “mili”. Y de antemano  sin otra forma alguna no dudó en que se trataba de aquel sargento tan fuera de serie. Así la fatalidad le dio al hombre a un hijo que no compartía su afición a la literatura y para colmo de desgracia un joven soldado de quien se fió no mereció su confianza quitándole su recuerdo tan querido. Pero ahora el cielo o  más bien la fortuna le daba la oportunidad al narrador de procurarle un poco de satisfacción al sargento devolviéndole el  inestimable libro.  Asimismo el escritor hubiera podido borrar este remordimiento que le estaba emocionando por negligencia suya. Sin embargo y desafortunadamente por mucho que buscara en su memoria no sabía en que sitio había quedado el volumen. Por eso no quiso desvelarle su identidad al hijo y por fin decidió callar su secreto. No pudo redimirse devolviendo lo prestado, que representaba la niña de los ojos para el sargento (“sin su recuerdo más querido”), unos veinte años antes. Por culpa suya el generoso sargento no pudo durante todos estos años irse a la cama con su libro tan querido. Aquí se nota el malestar del escritor, su real remordimiento por no haber devuelto lo que no le pertenecía a su debido tiempo. Además el empleo de la palabra “pecado” pone de manifiesto toda la pesadumbre del narrador. Aquí es cuando el título toma toda su importancia. Le llama verdaderamente la conciencia a Bernardo Atxaga. De verdad sabe él que su acción propia fue censurable y tuvo que merecer sin duda alguna el resentimiento del sargento. Por eso hace hincapié en  su deseo de arrepentirse y de resarcir el mal hecho dedicándole al hombre el último libro que acaba de publicar. Fue cuando estuvo seguro de que el padre del conductor de taxi era realmente su superior de la “mili” ya que para la dedicatoria tuvo que preguntarle al hijo el nombre de su padre. Claro se llamaba José Manuel Silva.

Y sin decir nada más se despido del conductor de taxi y bajó dejando huir por las calles su segunda ocasión.

 

Para concluir se puede subrayar que Bernardo Atxaga quiso homenajear a este hombre que pertenecía a la generación anterior a la suya y que durante una época hostil a la literatura supo resistir. En efecto parece imprescindible señalar que sólo lo de tener afición a la literatura en aquella época era sinónimo de resistencia. Por consiguiente infelizmente el  sargento había nacido demasiado temprano y no pudo dedicarse a los estudios y sobre todo al de la literatura.

Bernardo Atxaga en cuanto a él tuvo la suerte de nacer un poco más tarde y aunque haya conocido la época franquista pudo consagrarse a su afición y publicar su primer libro de poesías en 1976. Además tuvo también la oportunidad de encontrar a este sargento fuera de lo común. Lo que hizo para él fue estupendo y lo confiesa el narrador. Y ahora se siente algo culpable y por mucho que quisiera no pudo devolver lo debido y le llama verdaderamente la conciencia.

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