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El Abuelo

 

 

Este artículo de prensa, redactado por la escritora y periodista española Rosa Montero, fue publicado el 29 de julio de 1990 en El País.

Trata de un acontecimiento experimentado por un viejecito durante el veraneo. Le abandonó su familia en una gasolinera.

Dicho suceso, desafortunadamente, aunque no común, hizo algunas veces los titulares de los periódicos.

 

El  documento consta de dos partes y de dos protagonistas: un abuelo y el dependiente de una gasolinera llamado Mariano.

Así en una primera parte, la escritora recalca el encuentro entre los dos protagonistas y  esboza un retrato tanto moral como físico del anciano. (Desde la línea 1 hasta la línea 52)

La segunda parte trata más bien de Mariano, de su carácter “brusco”, de su falta de comprensión y por fin de cómo se da cuenta él de lo sucedido. (Desde la línea 53 hasta el final)

 

De antemano, Rosa Montero sitúa la acción espacial y temporalmente.

En efecto, la primera frase sirve de introducción y nos indica el lugar (una gasolinera) y la época en la que se desarrolla la escena (a principios de vacaciones).

En seguida salen a escena los protagonistas. Primero la autora nos presenta a Mariano, el empleado de la gasolinera, y  después a un viejecito cuyo nombre quedará totalmente desconocido hasta el final del texto.

Por consiguiente a lo largo del documento Rosa Montero se valdrá únicamente de dos términos para aludir al hombre: “el viejo” y “el anciano”. Claro está, Rosa Montero repite las palabras de Mariano ya que ella  emplea “Abuelo” al referirse al hombre.

 

Entonces tras habernos presentado a los personajes, nos propone un retrato tanto físico como moral del viejo.

Advertimos que es como si fuera una aparición para Mariano, efectivamente, de tanta faena en la gasolinera por principios de vacaciones, él no había visto al viejo. Y repentinamente, se da cuenta de su presencia, está de pie, solito cerca de los lavabos.

Es un hombre “alto”, más alto que Mariano (“le sacaba por lo menos media cabeza a Mariano”), delgadito (“una menudencia casi transparente”) y queda muy bien vestido (“pulcramente vestido”).

Está “ahí”, debajo de un sol ardiente (“un sol africano”), y parece padecer del bochorno ya que tiene “la frente llena de gotitas de sudor”. Gordas manchas rojas cubren su cráneo calvo. Y a pesar de todo, está de pie, digno (“tieso como una estaca”, “digno como un duque”).

 

Al principio Mariano no deja su trabajo, sigue llenando los depósitos de algunos coches y por fin al verlo permanecer ahí, se acercar a él para ver lo que desea.

Cuando Mariano se dirige al “Abuelo”, éste parece desconcertado (“con aire confundido”), en efecto tal un niño que no sabe qué responder pestañea y resulta algo tímido buscando qué contestar. Y repentinamente, sonriente declara que quiere una coca-cola. Después, otra vez, al igual que un niño mimado exige una pajita ya que nunca bebe una coca-cola sin pajita. Advertimos aquí que el “Abuelo” resulta algo testudo y caprichoso. Para obtener lo deseado no vacila en erguirse (se irguió”) frente a Mariano al que poco le importa los hábitos de este hombre “chocho”.

Sólo quiere Mariano cobrar lo debido para la coca-cola y satisfacer a los numerosos clientes que están esperándole.

Y de súbito el viejo confiesa que no tiene dinero y que como se ha marchado su hijo tendrá Mariano que esperar su regreso para recobrar las 125 pesetas debidas. Aquí es cuando el lector se da cuenta de que le abandonó al viejo su familia.

El orgullo del viejo le impide a que reconozca la verdad sólo dice que se necesita esperar a su hijo y en ningún momento admite que se ha marchado  dejándolo aquí.

Mariano no comprende lo ocurrido, deja al “Abuelo” y regresa a su trabajo.

 

Sigue llenando depósitos, y súbitamente, lo deja todo para interrogar otra vez al viejo puesto que ahora sí que sospecha algo.

Las respuestas imprecisas y confusas (“señaló alrededor”, “vago ademán”) del abuelo ya no le dejan deudas y lo sospechado se convierte en realidad. La familia abandonó al viejo antes de irse de vacaciones.

La periodista nos describe un Mariano “brusco”, en efecto, primero, cada vez que se dirige al viejo se vale de un tono muy brutal, siempre está gruñendo( “gruñó”, “ rugió”) y manifestando signos de impaciencia(“resopló”, “resopló haciendo acopio de paciencia”) en ningún momento demuestra simpatía( “ le miró con inquina por rabillo del ojo”) para con el viejo y después aunque Rosa Montero no hace una descripción detallada de su físico le atribuye” unas manazas” lo que deja adivinar que es una persona más bien “rústica”.

Desde luego, los términos “viejo” y “anciano” por reflejar menosprecio  no suelen emplearse para con las personas de edad provecta, y confirman la falta de cortesía del hombre, en efecto como lo hace Rosa Montero en su título hubiera podido valerse de la palabra “Abuelo” que resulta más afectiva, y  por cierto, hubiera podido interrogarle a propósito de su apellido.

Su tosquedad también se comprueba cuando después de haberle dado el bote al viejo, exige en seguida lo debido (“son 125 pesetas”) y no toma tiempo para charlar un ratito como lo haría cualquiera persona educada y civilizada. Mariano va a reiterar su exigencia a propósito de lo debido varias veces (Tres veces) sin preocuparse por los deseos del anciano, ya que como lo dice él “a mí me dan lo mismo sus costumbres”.

Descubrimos en Mariano cierta falta de paciencia, mucha nerviosidad y hasta falta de respecto para con el “Abuelo” (“si no le llego a preguntar, se nos derrite”, “chocho”). Lo que importa para él es la cola de coches que está aumentando y no tiene tiempo para futilidades.

Durante un rato, Mariano ya no se preocupa por el “veterano” e incluso ya no se acuerda de su presencia. Así cuando por fin comprende que el hombre fue abandonado por su familia, sigue gruñendo pero esta vez se enfada más bien contra la fatalidad (“que le tuviera que ocurrir al él”) y ya no contra el viejecito. Se observa entonces pánico, desamparo, nervosidad, desesperanza y angustia por parte de Mariano. Ya no sabe qué hacer y finalmente va a demostrar cierta compasión ya que limpia la banqueta para que el viejo pueda descansar sentado en la sombra y manda a un chico de la gasolinera que llame por teléfono a la Guardia Civil para que alguien venga a buscarlo.

 

Así se puede afirmar que Mariano no es tan “malo”, claro, falta de cortesía, eso es innegable, sin embargo,  es una persona como muchas, muy a menudo, se piensa que “tiempo es oro” y no se quiere despilfarrarlo.  Uno no sabe tomar tiempo para escuchar a los demás.

 

Para concluir, la autora quiso denunciar un problema que está desarrollándose en la sociedad actual. Éste es de saber cuál es la posición de la vejez hoy día por entre los que no pertenecen a la tercera edad.

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