Fernando
Fernando procede de Historias marginales,
obra escrita por el chileno Luís Sepúlveda. El escrito consta de treinta y
cinco historias. Y la de Fernando el perro no es mera imaginación por parte del
autor.
Así cuentan que durante los años 50 un perrito
callejero blanco caminó por las calles de Resistencia. Lo adaptaron los habitantes
de la ciudad y le pusieron el nombre de Fernando porque nunca se separaba de su
“descubridor”, un cantor de bolero llamado Fernando Ortiz. Tenía el perro un perfecto
oído musical y presentaba grandes calidades sobre todo las de la amistad y de
la solidaridad. Sin esperar el perro ganó la admiración y el amor de todos. Por
eso, una vez muerto, edificaron tres estatuas con la meta de “no olvidar” a
Fernando en Resistencia. Una de ellas se encuentra en una esquina de la Casa
del Gobierno frente a la plaza es decir mostrándole las asentaderas
al gobierno.
Con este documento el autor quiso hacer
hincapié en la hospitalidad, la tolerancia y en el humanismo de los habitantes
del Chaco y deseó también poner de relieve su afición a la libertad y por
consiguiente su espíritu algo rebelde.
En efecto demostraron ellos su grandeza por
haber acogido a un perro tras la muerte de su amo del que no sabían nada.
El mensaje es muy sencillo: todos merecen
respeto incluso un perro.
Y por presentar algo exótico como lo de tener
gran afición al mundo artístico, el perro se convirtió en la mascota de los
chaqueños.
El texto se puede dividir en tres partes.
La primera parte presenta la llegada de un
desconocido en compañía de un perro en la ciudad de Resistencia. (1 a 13)
La segunda parte trata de la adopción del
perro tras la muerte de su amo y la personalidad del animalito. (14 a 32)
Por fin la tercera parte evoca el mito
Fernando. (33 a 40)
Primero el autor presenta a los protagonistas relatando su llegada en
el Chaco y más exactamente en la capital Resistencia. La sentencia “algún día en la memoria de los vecinos de Resistencia”
pone de manifiesto que va a contar algo muy remoto hasta tal punto que no expone
fecha exacta, lo importante es que se trata de un acontecimiento que quedó gravado
en la memoria de los chaqueños. Pues un día llegó a la ciudad de Resistencia un
desconocido que se presentó como “artista ambulante,
cantor de bolero” y le escoltaba un perro cuya raza resultaba
desconocida también. Llamaron los compañeros a la puerta de una pensión para
alojarse. Aceptó el dueño de la pensión que se alojaran, y sólo tenían que
respetar el cantor y su amigo el momento de la siesta ya que en Resistencia ésta
representaba algo sagrado.
Hay que notar aquí la repetición del vocablo
“desconocido”, una vez para el hombre y otra vez para el
perro. Esta redundancia subraya la hospitalidad y el amparo de
los vecinos de Resistencia.
En efecto ni siquiera le piden su nombre al
cantor, no les importa de toda manera,
lo principal para ellos es que los forasteros respeten las costumbres de la
ciudad. Por añadidura saben que a veces las personas no desean
divulgar su identidad por razones políticas y ellos entonces también respetan
su deseo.
Desde luego se puede deducir aquí la
solidaridad de los habitantes de Resistencia y su imagen de “tierra de
refugio”.
En la segunda parte el autor relata cómo poco
después de su llegada (“a los pocos días de llegar”) durante una siesta el cantor nunca se
despertó (“se durmió para siempre en une siesta”).
Fue cuando los habitantes se dieron cuenta de que finalmente no sabían nada a
propósito de este hombre (“comprobaron que sabían muy
poco”). Fernando era la única información que tenían cuanto a los
desconocidos. Pero no sabían si era el nombre del hombre o bien él del perro. Bautizaron
entonces al perro de esta manera: Fernando (“lo
llamaron Fernando”). Y por humanismo
se preocuparon por la sepultura del cantor y en memoria suya cuidaron
al perro Fernando, como lo dice el autor “le
organizaron la vida”.
En seguida se dieron cuenta de que Fernando
tenía un oído musical agudo (“donde destacó como implacable crítico musical”) y éste se convirtió
en un amigo imprescindible para todos. Así no había fiesta de casamiento (“no había boda sin los alegres
ladridos de Fernando”), cumpleaños, o concierto al que Fernando no
entrara para sentarse junto a la orquestra y darle aprobación o no (“y cada vez que algún músico...de Fernando”) y hubiera
sido gran desprestigio su ausencia.
El autor expone después una anécdota para
apoyar sus decires. Cuenta que, según el escritor
argentino Mempo Giardinelli,
un día, durante un concierto, un famoso violinista polaco hizo una pifia y el
perro Fernando manifestó su desaprobación gruñendo (“le
hizo proferir un desgarrador aullido”).
Deseó el violinista que sacaran al perro pero los habitantes de Resistencia no
lo quisieron ya que a su juicio era el músico él tenía que tocar mejor (“o tocás bien o te vas vos”).
Dicha anécdota subraya la afición de los
chaqueños para con Fernando y su popularidad. Hace hincapié también en su solidaridad
e incluso un famoso músico no pudo impresionar a los chaqueños. Desaprobó el
perro al violinista entonces las impresiones del animal quedaron primordiales y
ellos lo desaprobaron. Asimismo este episodio recalca lo humorístico de
la escena, porque los chaqueños confían ciegamente en el oído del perro mucho
más que en él de un violinista prestigioso.
Fernando recorrió así las fiestas de
Resistencia, a su antojo, durante doce años y era él el bienvenido en cualquier
sitio.
Sin embargo como lo dice el autor, en la
tercera parte, desdichadamente la vida de un perro resulta muy efímera y la de
Fernando no fue una excepción (“la vida de los perros
es por desgracia breve”. Toda la ciudad
asistió (“su funeral fue el más concurrido...”)
al entierro muy solemne del perro para despedirse de él y “los poetas le leyeron versos”. Además “una suscripción popular financió su monumento”, lo edificaron
delante de la Casa del Gobierno y como
señal de provocación lo colocaron de manera a que la estatua de Fernando
mostrara “su culo al poder”.
El mito Fernando nació a partir de este
momento. El acontecimiento quedó gravado en la mente de quien lo había conocido
y las estatuas edificadas en su memoria fueron el testimonio de su existencia.
A partir de entonces la historia del perro Fernando alcanzó su verdadera
dimensión y se dio a conocer mucho más allá de los límites de la ciudad de Resistencia.
Aquí es cuando el
autor interviene directamente en el relato. En efecto nos expone cómo se enteró
él de la leyenda Fernando. Fue durante una estancia suya con su hijo en la
ciudad de Resistencia. Es Sepúlveda un
testimonio del mito Fernando y del cariño que los chaqueños le daban y para concluir su historia y sobre todo
legitimarla declara que en los límites de la ciudad está a la mira de todos el letrero: “Bienvenidos a
Resistencia, ciudad del perro Fernando”.
Para concluir, parece imprescindible aludir a
la vida del escritor para mejor comprender su mensaje. En efecto sabemos que fue
detenido y condenado a 28 años de prisión porque militó en el Partido socialista
contra el General Pinochet, que fue dejado en
libertad al cabo de 8 años y que finalmente se exilió y se instaló en Alemania
en 1980 y después se trasladó a España en Gijón ciudad en la que vive
actualmente.
Por consiguiente una ciudad tal la de
Resistencia sólo podía gustarle. En efecto al ver la tolerancia, la
hospitalidad, la solidaridad y sobre todo la afición de los chaqueños a la
libertad, la ciudad de Resistencia es una felicidad para quien tuvo que refugiarse
tantas veces.