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Postín

 

 

Este artículo de prensa cuyo autor es la periodista Rosa Montero está sacado de “El País” del 12 de octubre de 1991. Presenta bajo tono muy satírico los excesos de la sociedad actual.

Sociedad dirigida por el simulacro tanto material como moral.

El último invento de los italianos “el teléfono de coche simulado” sirve de argumento para la demostración de la cronista.

 

Consta de cuatro párrafos el documento.

 

 

En el primer párrafo (líneas 1 - 6) Rosa Montero llama la atención del lector en el acto.

En efecto introduce su artículo con una afirmación inapelable y llena de suspense que deja al lector tanto pensativo como amedrentado. Es verdad, la sentencia “tenía que suceder un día u otro” suele  anunciar algo malo hasta catastrófico.  Y en seguida declara que “el gran día ha llegado”. Ya no se puede dar marcha atrás, el momento ha llegado, y sólo hay que aceptarlo y sobre todo aguantarlo.

Entonces el lector quiere conocer la verdad y saber cual es este acontecimiento tan temido.

Pero queda muy desorientado al leer la alabanza que Rosa Montero hace de los italianos. Está todavía más desconcertado al enterarse de lo que revela la periodista: los italianos han inventado “el teléfono de coche simulado”.

Es obvio que sus palabras a propósito de los italianos  resultan tan simuladas como lo es su invento. En efecto los elogios enfáticos “gran”, “siempre”, “grandioso” proporcionan cierta perplejidad y el lector se percata en seguida de que la periodista usa de tal tono grandilocuente para poner de manifiesto su indignación y su estupefacción frente a inventos tan superficiales que representan la sociedad de consumo actual. En realidad se vale de la antífrasis para denunciar este simulacro.

 

 

Después en el segundo párrafo (línea 7 – 21) Rosa Montero hace hincapié justamente en la falsedad en la que evoluciona nuestra sociedad y otra vez más usa de la antífrasis para argumentar.

Así al empezar su párrafo por “de todos es sabido”, el lector nota lo dudoso de estos términos y percibe la ironía por parte de la periodista.

A  todas luces, aquí quiere apuntar que se nos miente, y el empleo de la primera persona del plural demuestra que ella también forma parte de las victimas.

Asimismo cabe señalar que, claro, representamos a las víctimas pero sin lugar a dudas simbolizamos  igualmente a los  culpables ya que cada uno  engaña a otro. La sucesión de ejemplos (“mantequilla sin mantequilla”, “dulces sin azúcar”, “salchichas sin carne”, “amigos sin enjundia”,amantes sin amor”, “amores sin sexo”,... “pechos de silicona”, “arrugas remendadas” etc...) pone de realce lo superficial y artificial de nuestra sociedad.

La reiteración de la preposición (anáfora) “sin” insiste sobre la falsedad de nuestro cotidiano.

Así los alimentos que comemos, los sentimientos que experimentamos e incluso nuestras acciones (“robamos mientras alardeamos de decencia”), todo es aparente únicamente, nada representa la verdad.

En las dos últimas frases del párrafo, tras haber enunciado de manera muy irónica estos embustes, la periodista manifiesta su enojo y su ira. Condena muy severamente a esta  sociedad atraída  por un barniz. Es obvio que lo importante ahora sólo es la apariencia, la gente no tiene preocupaciones y se vale de estratagemas, de artificios para resplandecer.

 

 

En el tercero párrafo (línea 22 – 35) la cronista vuelve al “gran” invento de los italianos. Va a describirlo y después exponer sus ventajas como si se tratara de una publicidad.

Así se dirige directamente al lector utilizando el tuteo (“puedes”, “deslumbras”, “matas”) como si fuera él un hipotético comprador. Hay que apuntar la elección de los verbos que confieren cierta potencia al interlocutor y que otra vez más aluden al aspecto exterior de la persona. Aspecto  que constituye la única preocupación de cada uno.

Pues hace el elogio del teléfono. El aparato falso es de apariencia idéntica al verdadero. Tiene un teclado, luces, y además es fácil de instalar.

En los atascos mientras todos te están mirando puedes charlar con “tu abuelo difunto”, Cristóbal Colón o Marilyn Monroe. En unas palabras es mágico y por añadidura no cuesta nada, tonto resultaría el interlocutor si no lo comprara ya que es el “hito” más grandioso de la modernidad. Sólo hay que pensar en que se puede obtener con él: deslumbrar “al panoli del coche vecino” y matar “de envidia al pobretón que está cruzando el paso de peatones”.

La tonalidad satírica con la alusión al abuelo muerto y a  dos personajes de la historia recalca lo absurdo y la superficialidad de tal invento.

Aquí la periodista insiste en la estupidez y sobre todo busca la complicidad del lector ante tal fenómeno social.

 

 

En el último párrafo (línea 36 – 44) Rosa Montero persiste en la sátira y enuncia otras ventajas formidables del aparato.

Es imprescindible notar la acumulación de los verbos al futuro (“mejorará, medrarás, adquirirás, desarrollarás, pondrán, creceré”). Desde luego el teléfono da la oportunidad de cambiar totalmente el porvenir de su propietario.

Proporciona la posibilidad de mejorar su imagen para con sus vecinos (“prestigio en el barrio”), obtener ascenso en la oficina (“medrarás”), ensanchar y mejorar su tertulia (“amigos más influyentes”), procura también tener musculatura (“desarrollarás el músculo”), hasta cambiar el color de sus ojos (“más azules”) y adquirir corbatas más largas (“te crecerá”).

 Ya notamos lo burlesco de la situación, en efecto la periodista va aumentando en lo satírico y no vacila en enunciar ventajas totalmente irracionales.

Por fin la comparación con el invento de la imprenta recalca muy bien su sentimiento  de hastío. Sólo basta con apuntar la sentencia con la que anuncia dicha comparación: “el asunto ese”. Estas palabras dejan pensar que el hallazgo italiano supera y de mucho el invento de la imprenta que desde luego fue uno de los más importantes de nuestra civilización.

 

 

El documento, entonces, nos da a reflexionar sobre la sociedad de consumo actual.

Rosa Montero supo muy bien denunciar, valiéndose de la caricatura, de un tono burlón a veces y satírico otras veces, la superficialidad del mundo hoy día.

Nuestra sociedad conoce la decadencia, se ha vuelto egoísta, narcisista, y está lista para el simulacro. Su única meta es dominar al próximo y satisfacer su amor propio. 

“El fin justifica los medios”.

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