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Alexandria

Se fue la luz

 

 

Cuando yo era niño, la luz se iba todavía con mucha frecuencia. Esa expresión, en sí misma, "se ha ido la luz", ya indicaba lo azaroso del suministro, la cualidad antojadiza y arbitraria del fluido eléctrico...

Que la luz se fuera no llegaba a ser catástrofe, porque el único aparato que dejaba de funcionar era la radio, ya que era también el único que había... Algunas veces la luz se iba de golpe en toda la calle, en todo el barrio, y otras veces se nos iba sólo a nosotros, por culpa de aquel percance técnico que se describía con la expresión alarmada, aunque misteriosa, de que habían "saltado los plomos". Alguien tenía que armarse de valor y que deslizarse alumbrado por un mechero hasta ese lugar a oscuras donde estaba aquel artefacto aterrador, el de los plomos que habían saltado, y para conectarlo de nuevo hacía falta una noble dosis de coraje, porque siempre cabía la posibilidad de una electrocución tan mortal e instantánea como el rayo.

Hace unos años, la imperfección de los primeros ordenadores domésticos nos devolvió a algunos el miedo ancestral a que la luz se fuera de golpe : bastaba un corte eléctrico de unos segundos para que el trabajo de una tarde entera se esfumase sin rastro y como aún vivíamos acostumbrados a las viejas certidumbres del papel imprimíamos las páginas nada más terminarlas, y nos contábamos medrosamente historias de colegas que por un descuido, por una repentina avería, habían perdido libros enteros.

Un experimento científico suele ser más importante que una página de literatura, y puede necesitar para culminarse dosis de imaginación y hasta de intuición poética que los literatos no sospechamos : leí el otro día en el periódico que en el Laboratorio de la Facultad de Veterinaria, en la Universidad Complutense, una científica colombiana con nombre de personaje de novela, Leila Bustamente, perdió de golpe cuatro meses de trabajo por culpa de un apagón. (...) En su laboratorio, la profesora Bustamente se dedicaba a la tarea futurista de cultivar clones del parásito que provoca la malaria, y en unos segundos regresó a un pasado de apagones y penurias científicas. (...)

Hay un ministerio de Ciencia y Tecnología, igual que hay otro de Educación y Cultura, pero da la impresión de que el uno es tan vano como el otro; quienes nos quejamos del abandono de las humanidades no nos damos cuenta de que es más grave todavía el abandono de las ciencias. Entre la indiferencia pública y los apagones, los verdaderos poetas bohemios o malditos van a acabar siendo los científicos.

Antonio Muñoz Molina, El País, 15/07/01.




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