Desaparecido
Este artículo
de prensa se publicó en 2001 y relata
unos de los numerosos acontecimientos históricos que sucedieron en Argentina
durante “la guerra sucia” bajo la dictadura del general Videla
que tuvo lugar desde 1976 hasta 1983.
Durante esta época
la dictadura originó decenas de miles de “desaparecidos”. Además del secuestro
de adultos, hubo un plan sistemático de apropiación de niños. Dicho de otra
manera se robaron a muchos niños.
Este documento
denuncia la crueldad de la guerra más dolorosa de América Latina en el siglo XX a través del
testimonio de un niño “desparecido”.
Consta de tres
partes el pasaje. Primero, el periodista nos expone las circunstancias de la
desaparición del protagonista. Luego se hace hincapié en las sospechas del niño
que se consolidaron poco a poco a través de varias constataciones. Por fin, la
última parte deja sitio al desenlace.
I.
Circunstancias de la desaparición.
El periodista principia
su artículo dándole la palabra a Gabriel, protagonista y testigo.
Éste formula
una aseveración muy sorprendente para quien no conoce su historia. De este modo
el redactor consigue el efecto deseado, en efecto dicha afirmación llama la
atención del lector y puede empezar el relato.
El protagonista
declara que sólo hace siete meses que se enteró de su verdadera identidad (“hace siete meses que me encontré”). Entonces, a pesar
suyo, durante sus 24 primeros años vivió
en la mentira. (L 1- 4)
Para mejor comprender
este suceso, es menester saber que, por
motivos políticos, la dictadura argentina instauró un plan sistemático de
aniquilación. Hubo una profusión de fusilamientos y matanzas diversas ya que según
los militares era imprescindible que los niños de sus víctimas perdieran su
identidad, en efecto creían ellos que la
insubordinación era hereditaria o que se trasmitía a través del vínculo
familiar. Por eso entregaron a los niños robados a familias de militares intentando
borrar radicalmente las marcas suyas. Y
borrar el nombre de los chicos era una etapa primordial.
En este caso, las
circunstancias de la desaparición del
niño fueron idénticas a las demás desapariciones. En efecto el secuestro había
sido planificado con anticipación. Aquí “fue el 11
de enero de 1977”, una tarde en la parada del
autobús, cuando un comando militar secuestró a la madre y a su nene. (L 5-9)
La familia a la
que se entregó a Gabriel pensó al principio que sus padres estaban muertos y
que ya no tenía familia él. Entonces
declaró al niño como propio como lo hicieron numerosas familias. Así, a los
cuatro meses, llamaron a Gabriel Matías Cevasco
Ramiro Hernán Duarte después de haberlo llamado Carlitos.
Fue cuando desapareció realmente Gabriel Matías Cevasco.
(L 10-15).
Parece
importante añadir que en aquella época las familias adoptivas utilizaron dos
procedimientos aparentemente legales para borrar la identidad: o declararon a
los niños como propios o los adoptaron con adopción plena lo que significaba en
argentina borrar el vínculo con la
familia de sangre y de esta manera el niño formaba parte integrante de la
familia adoptiva.
II.
Dudas y sospechas.
Esta segunda
parte subraya las tres etapas sucesivas de la toma de conciencia de Gabriel. Recalca
también la soledad que experimentó a lo largo que sus dudas se confirmaron.
Primero fue a los
siete años, al mirar una emisión acerca
de la adopción en la tele, cuando Gabriel sospechó algo. Sus padres le especificaron
que él era “un hijo del corazón”.
No dijo y no
preguntó nada y eso originó en Gabriel largo tiempo de silencio, de dudas y
sospechas, es obvio que experimentó sufrimiento moral tal la persona que se
busca y no se encuentra. Pero a los siete años, cosa normal, prefirió pasar en
silencio dicha verdad.
(L
16-19)
Luego, diez años más
tarde empezó a entender cuales fueron las circunstancias de su adopción ya que
se enteró de los sucesos de la “guerra sucia” y de los llamados
“desaparecidos”. Advirtió sobretodo que nació durante esta época y que seguro
su adopción no tenía nada legal. Aquí fue cuando brotó su deseo de conocer la
verdad. (L 20- 22)
Precisa el
protagonista que el miedo de que metieran a sus padres presos por haber
falsificado su identidad y haberlo anotado como hijo propio le impidió a que
iniciara algo para descubrir la verdad. Supo poco después que la Comisión
Nacional por el Derecho a la Identidad quedaba susceptible de ayudarle. Pero
nada hizo. Las vacilaciones de Gabriel ponen de relieve su sufrimiento moral otra
vez. Bien se entienden sus preocupaciones, en efecto Gabriel quiere a la
familia que lo crió con tanto cariño, la quiere como si fuera su propia familia
de sangre y no quiere comprometerla. No obstante, por otra parte, el deseo de conocer
sus verdaderas raíces va imponiéndose
cruelmente.
Por
fin
fue necesario que una persona ajena a su historia le ayudara para que se decidiera.
Dicha persona a la que se confesó Gabriel fue su esposa, la que mejor conoce sus
sufrimientos, la que los comparte ayudándole. Sus padres adoptivos, cuanto a
ellos, comprendieron muy bien sus motivos y quedaron de acuerdo para que hiciera las
diligencias necesarias. Con todo, claro, el riesgo de perder la exclusividad de
padres frente a este “hijo del corazón”
les inspiró miedo. (L 23-38)
III.
Desenlace
Gabriel obtuvo
buenas noticias por parte de la Comisión, y se dio cuenta de que él que durante
largo tiempo había experimentado gran soledad por no saber nada respecto a sus
raíces no resultaba tan solo. Su padre así como su tía la hermana de su pobre
mamá, lo estaban buscando desde que desapareció. Parece verdadero milagro que el plan sistemático de
aniquilación haya dejado la libertad y
sobretodo la vida a su padre y éste no dejó
de buscarlo a lo largo de los 24 años. (L 39-44)
Una cita fue
decidida entre hijo y padre, y a la hora del encuentro, Gabriel experimentó de
nuevo algunas vacilaciones, sin embargo el deseo pudo más que el miedo. Desde entonces,
la búsqueda en cuanto a su identidad se acabó. Después de 24 años por fin
desapareció la angustia ya que ya no “estaba desaparecido”. (L 45-47)
En este
artículo de prensa el periodista quiso denunciar lo trágico de la “guerra
sucia” tanto física como psicológicamente. El testimonio de Gabriel averigua de
manera incontestable los sufrimientos aguantados por los “desaparecidos”.
Demuestra como no pudieron los militares borrar todas las marcas sino dejar
significativas huellas indelebles. En efecto a pesar de padres adoptivos muy cariñosos en este caso, el joven Gabriel quedó
obsesionado y calló la soledad en la cual se encontraba desde que sospechó las
circunstancias de su adopción. No sabía que elegir: conocer la verdad o
desconocerla. ¿Cuáles serían las consecuencias tanto para sus padres adoptivos
como para él? Se decidió y afortunadamente a pesar de todos los trastornos encontrados
el desenlace fue muy feliz.
Cabe subrayar sin
embargo que muchos “desaparecidos” quedaron y quedarán sin ningunas respuestas
frente al deseo de conocer sus verdaderas raíces. Para siempre resultarán
“desaparecidos”.