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Itinerario de un chicano Pedro Morales tenía entonces veinte años,
acababa de terminar el servicio militar y como no deseaba seguir los pasos del
padre y del abuelo, míseros campesinos de una hacienda de Zacatecas, prefirió
emprender la macha hacia el norte. Así llegó a Tijuana, donde esperaba
conseguir un contrato como “bracero” para trabajar en el campo, porque los
agricultores americanos necesitaban mano de obra barata, pero se encontró sin
dinero, no pudo esperar que se cumplieran las formalidades o sobornar a los
funcionarios y policías, ni le gustó ese pueblo de paso, donde según él los
hombres carecían de honor y las mujeres de respeto. Estaba cansado de ir de acá
para allá buscando trabajo y no quiso pedir ayuda ni aceptar caridad. Por fin
se decidió a cruzar el cerco para el ganado que limitaba la frontera, cortando
los alambres con un alicate, y echó a andar en línea recta en dirección al sol,
siguiendo las indicaciones de un amigo con más experiencia. Así llegó al sur de
California. Los primeros meses lo pasó mal, no le resultó fácil ganarse la vida
como le habían dicho. Fue de granja en granja cosechando frutas, frijoles o
algodón, durmiendo en los caminos, en las estaciones de trenes, en los
cementerios de carros viejos, alimentándose de pan y cerveza, compartiendo
penurias con miles de hombres en la misma situación. Los patrones pagaban menos
de lo ofrecido y al primer reclamo acudían a la policía, siempre alerta tras
los ilegales. Pedro no podía establecerse en ningún sitio por mucho tiempo, la
“Migra” andaba pisándole los talones, pero finalmente se quitó el sombrero y
los huaraches, adoptó el bluyin y la cachucha y
aprendió a chapucear unas cuantas frases en inglés. Apenas se ubicó en la nueva
tierra regresó a su pueblo en busca de la novia de infancia. Inmaculada lo
esperaba con el traje de novia almidonado. - Los gringos están todos chiflados, le ponen
duraznos a la carne y mermelada a los huevos fritos, mandan a los perros a la
peluquería, no creen en la Virgen María, los hombres friegan los platos en la
casa y las mujeres lavan los automóviles en la calle, con sostén y calzones
cortos, se les ve todito, pero si no nos metemos con ellos, se puede vivir de
lo mejor – informó Pedro a su prometida. Isabel Allende, El plan infinito, 1991 |
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