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Las edades oscuras
Estoy escuchando una emisora digna de toda confianza
en la que están entrevistando a una mujer que se declara especialista en
ciencias ocultas, y la locutora le pregunta, con el respecto que merece un
experto, tal vez con admiración, cuáles son los mejores procedimientos para
hacernos recuperar no ya los recuerdos perdidos de la infancia, sino la memoria
de existencias anteriores. La señora le explica las virtudes terapéuticas de
remontarse a las vidas que podemos haber vivido hace siglos: cuenta, por
ejemplo, que un paciente suyo tenía terribles dolores de reumatismo o de
artritis en una mano, y se le curaron no gracias a lo que ella llamaba, con
desprecio la medicina oficial, sino cuando, con ayuda del hipnotismo practicado
por elle, el paciente se acordó de que cuatrocientos o quinientos siglos atrás(
con la fecha no llegué a quedarme) había sido esclavo o ladrón en una ciudad
musulmana, y en castigo de un robo le habían cortado la mano derecha.
Iba a cambiar de emisora, pero la curiosidad pudo
más que la indignación: “cuidado”, ─ avisaba la experta ─, “no todo
el mundo está capacitado para dirigir estas regresiones, hay mucho intrusismo
profesional, muchos farsantes, astrólogos o brujos poco serios que pueden hacer
mucho daño a las personas no iniciadas”.
Uno cree que la racionalidad avanza, que poco a
poco, con progreso lentísimo, va desplazando a
la superstición: a Galileo ya no se le amenazarían con la hoguera, a una
pobre mujer psicótica ya no le acusan de brujería, ni
a un epiléptico se le considera poseído por los demonios. Incluso queda el
reflejo colonial de suponer que el oscurantismo pertenece al ámbito de las
sociedades primitivas, y que el fanatismo religioso va disolviéndose según
desaparece la pobreza.
Ilusiones: no hay nada ganado firmemente para la
claridad del pensamiento racional y del avance científico. Los adelantos más resplandecientes de la
tecnología sirven para difundir mensajes medievales, y las bestias racistas que
aspiran a limpiar Estados Unidos de negros, judíos y asiáticos difunden y
nutren su veneno a través de Internet. Hablo con personas que me dan la
impresión de ser bastantes parecidas a mí y al cabo de un rato me preguntan con
afectuoso interés cuál es mi signo de zodíaco. Participo en una comida en la
que se discute seriamente un proyecto de algo atractivo y difícil, un trabajo
de adultos, de gente que sabe hacer cosas de mucha inventiva y sofisticación
técnica... Días más tarde, me entero de que uno de los que se sentaban en la
misma mesa que yo ha consultado a un brujo para saber si tendrá éxito el
proyecto, y si a él le conviene participar...
Cada vez tengo más la impresión de estar viviendo en
otro siglo, en una edad oscura a la que no ha llegado aún la Ilustración.
Quizás debería consultar a la experta en regresiones de la radio, a ver si
resulta que, en una vida anterior, llevé la casaca y la peluca empolvada de un
enciclopedista incorregible.
Antonio Muñoz Molina, in El País Semanal, 1999
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