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Mi padre Baltasar, el
narrador, llega a un bar donde le está esperando su
padre con un amigo. Mi padre me ha
firmado un cheque para mi cumpleaños y por haber probado con buenas notas la selectividad. Es para lo que nos
hemos citado aquí. En casa coincidimos poco[…] – Es mi hijo
Baltasar – le dice mi padre a su amigo, recién llegado. Abro los ojos, no
lo conozco. Le sonrió sin ganas, porque me está preguntando lo típico, cuántos
años tengo y qué estudio. Yo me callo y la misma voz que antes me sermoneaba
dice que seguramente haré Económicas, pero que quiero abarcar demasiadas cosas
y no me centro en ninguna; y el otro dice que eso les pasa también a sus hijos,
bueno, a todos los chicos, es falta de estimulo, tampoco ellos tienen la culpa,
la universidad española está atascada, una pura tómbola, ves gente metida en
Arquitectura cuando lo que les tiraba era ser médico, y a licenciados en
Historia del Arte poniendo un bar, lo mejor es un máster en los Estados Unidos. He oído la canción demasiadas
veces, me bebo a sorbos cortos el martini, me gusta
ese color de rubí mirado al trasluz; éste no creo que sea amigo de mi padre
porque acaba de decirlo: “ No sabía que tuvieras
hijos”, y por mamá no le ha preguntado. Ahora están
hablando de no sé qué fusión bancaria, de que los mercados esperan una subida
de los tipos de interés, de la tensión inflacionista, de los peligros del euro.
Pero sonríen. Los ejecutivos nunca dicen “¡Qué harto estoy!” o “¡ Qué triste es la
vida!”, siguen dándose palmaditas en la espalda, buscando los rayos del sol,
jamás confesarán que tienen frío. Y sin embargo yo
sé que mi padre está hecho polvo, desamparado, se lo noto en la cara. Es como
si lo hubiera corrido el maquillaje o se le viera la cicatriz de algún lifting. Y cuando el otro
se ha despedido y se encamina hacia el fondo del local, me termino el martini y le digo: – Te noto cansado papá. No se lo
esperaba. Me mira aturdido, como si hubiera recibido un puñetazo. – ¿ Cansado? – pregunta con alarma –
… Bueno, no sé, es que trabajo mucho. – Pues no trabajes tanto, hombre. Ya has ganado
pasta de sobra. ¿Cuánto tiempo hace que no vas al cine? ¿
Quieres que vayamos juntos algún día? No le da tiempo a
contestar. Suena el móvil que lleva enganchado en el bolsillo alto de la
chaqueta y se enrolla en un asunto”, que amenaza con durar; “ Gracias por el
cheque. Se me hace tarde, he quedado para comer le escribo en un margen del periódico
que había dejado en la barra. Y se le enseño. No noto que quiera retenerme. Nos
damos un beso y me dice adiós con la mano cuando estoy llegando a la puerta.
Luego me da la espalda. […] Ya no lo oigo.
Manotea sin ruido, como si hubiera haciendo, señas a un barco fantasma. En la
calle hace un poco de calor. Carmen Martín Gaite, Los parentescos, 2001 |