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Postín Tenía que suceder un día u otro. Y el gran día ha llegado. Los italianos, que siempre han sabido olfatear la realidad social
con picardía e ingenio, acaban de
inventar ese grandioso hito de la modernidad: el teléfono de coche simulado. De
todos es sabido que comemos
mantequilla sin mantequilla, dulces sin azúcar y salchichas sin carne; que tenemos amigos sin enjundia,
amantes sin amor y amores sin sexo; que vemos el cine en vídeo y el teatro en
la oficina; que robamos mientras alardeamos de decencia, o nos enriquecemos sin
dinero, a base de florituras financieras. Que hay pechos de silicona, arrugas
remendadas a punto de Cruz en los quirófanos, cabelleras de bonito plástico
implantado. Que vivimos, en fin, una vida de total simulacro. Lo único que importa
hoy día es el postín y el pendoneo, la ostentación y la apariencia. Y aquí es donde hace su entrada el invento
italiano, genial culminación de nuestra cultura: un teléfono de coche que es
totalmente como los de verdad, pero que es de mentira. Se pega al salpicadero: tiene teclas, luces, botoncitos. Puedes tirar de auricular en los atascos
y mantener largas conversaciones con tu abuelo difunto, con Cristóbal Colón o Marilyn Monroe, mientras deslumbras al panoli del coche vecino y
matas de envidia al pobretón que está cruzando el paso de peatones. Y todo por
dos duros: apenas si cuesta un poco más que los teléfonos de juguete de tus
hijos. Con el
uso habitual de este aparato mejorará tu
prestigio en el barrio, medrarás en
la oficina, adquirirás amigos más
influyentes, desarrollarás el
músculo del brazo que sostiene el teléfono, se te pondrán los ojos más azules y te crecerá sin duda la corbata. No ha habido un intento más útil para
la humanidad desde que Gutenberg apañó el asunto ese de la imprenta. Rosa Montero, El País, 12/10/1991 |