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Recuerdos de Paraguay
Habla Rubén Bareiro Saguier, escritor y poeta paraguayo.
Nací en la Villeta del Guarnipitán,
un pueblo legendario a orillas del río. Allí pasé mi infancia empapado de
sueños, de olores vegetales, de estrellas con rocío por la noche. Mis primeros
recuerdos son los del río, lustral y azul y los de otro río, de aromado oro en
las calles, ampliado en la plazoleta inmensa del puerto por donde se embarcaba
la naranja que producía todo el país. Y las flores de diamela, de embalsamada
blancura, que también se exportaban hacia otros lugares, para mí remotos, en el
sur, desde donde subía el misterio de mundos lejanos. De todo ese tiempo pasado
en la “tierra sin mal”, me queda el sabor, el olor de las frutas del patio: guayabas,
mandarinas, chirimoyas, yvapurús, naranjas,
aguacates, guavijús, granadas, pindós,
limones, aratikús...El canto de los pájaros
inaugurando la mañana, mugidos, relinchos, el ladrido del perro tan amigo. Y el
trote del caballo zaino, al que después de ordeñar las vacas acercaba su ración
de maíz, de alfalfa, de afrecho. ¡Cómo olvidar el pedazo de viento en que me
convertía, camino del río, adonde lo llevaba a nadar hacia el fin de la mañana!
Tenía 11 años, en Villeta, cuando un día vinieron a
buscar a mi padre. Eran policías al servicio del dictador de entonces. Como no
lo encontraron, el comisario del pueblo hizo que, en compensación, me
retuvieran a mí, para descargar su ira seguramente. Unas horas expuesto en la
ventana de la comisaría, para escarnio ante la mirada de mis compueblanos, me
hicieron comprender, experimentar en carne viva la injusticia, tanto más
dolorosa porque la arbitrariedad se enseñaba contra la inocencia infantil. Pese
a las inmensas ganas, no lloré aquel mediodía estival en que conocí la antesala
del infierno de la prisión.
Terminada la escuela primaria, por falta de
instituciones de enseñanza madia en Villeta, tuve que radicarme en Asunción, a
fin de proseguir los estudios. Obligado a abandonar el este del Edén, esa
partida fue para mí el aprendizaje del exilio. Ése que estoy padeciendo, en
forma radical, desde 1972 (y los diez años anteriores, de manera menos
evidente, puesto que ya había “emigrado” a París en 1962, aunque teóricamente
podía volver a mi patria). Porque para mí la conciencia plena del exilio se
concretó el día en que un esbirro de la dictadura me negó la renovación del
pasaporte, por “orden superior”. Esa no- validez del pedazo de papel, que me
vedaba el regreso a la tierra, constituyó” un golpe muy duro, desgarrador,
porque me convirtió en un refugiado, un apátrida legal. Mi reacción se hizo en
la palabra, que para un escritor es la acción.
Rubén Bareiro Saguier, Anthologie
Poétique, 1998
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