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Fernando Algún día perdido en la
memoria de los vecinos de Resistencia, en el Chaco, por sus calurosos y húmedas
calles se vio caminar a un forastero que cargaba una guitarra mientras charlaba
amigablemente con un perro de raza desconocida que lo acompañaba con fidelidad
de sombra. El desconocido llamó a la puerta de una pensión y, preguntó si él y
su perro podían hospedarse. - Siempre y cuando respeten
las horas de la siesta. Vos no Cantás y el perro no
ladra - le respondieron. A los pocos días de llegar,
el cantor se durmió para siempre en una siesta. Al descubrir el triste suceso,
el dueño de la pensión y los vecinos comprobaron que sabían muy poco, casi
nada, de aquel hombre. - Uno de los dos obedece al
nombre de Fernando, pero no sé si es él o el perro - comentó alguno. Luego de sepultar al
cantor, y como una forma de respetar su memoria, los vecinos de Resistencia
decidieron adoptar al perro, lo llamaron Fernando y le organizaron la vida. Los
artistas del Fogón de los Arrieros, una casa sin puertas en la que todavía los
caminantes encuentran reposo y mate, aceptaron al perro Fernando como socio de
la institución, donde destacó como implacable crítico musical. Tal vez heredado
de su primer amo, el perro poseía un agudo sentido de la armonía, y cada vez
que algún músico desafinaba debía soportar la reprimenda de los aullidos de
Fernando. Mempo Giardinelli me contó que,
durante un concierto de un prestigioso violinista polaco en gira por el
noroeste argentino, el perro Fernando escuchó atentamente desde su lugar en
primera fila, con los ojos cerrados y las orejas atentas, hasta que una pifia
del músico le hizo proferir un desgarrador aullido. El violinista suspendió la
interpretación y exigió que sacaran de la sala al perro. La respuesta de los
chaqueños fue rotunda: - Fernando sabe lo que
hace. O tocás bien o te vas vos. Durante doce años, el perro
Fernando se paseó a sus anchas por Resistencia. No había boda sin los alegres
ladridos de Fernando mientras los recién casados bailaban un chamamé. Si Fernando faltaba a un velorio era todo un
desprestigio tanto para el muerto como para los deudos. La vida de los perros es
por desgracia breve, y la de Fernando no fue excepción. Su funeral fue el más
concurrido que se recuerda en Resistencia. Los poetas leyeron versos en su
honor y una suscripción popular financió su monumento, que se levanta frente a
la casa de Gobierno pero dándole la espalda, es decir, mostrándole el culo al
poder. Hace un par de semanas, con
mi hijo Sebastián, salimos de Resistencia para cruzar el Chaco Impenetrable. En
el límite de la ciudad leímos por última vez el letrero que dice:
"Bienvenidos a Resistencia, ciudad del perro Fernando". Luis Sepúlveda, Historias
marginales, 2000 |