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Se fue la luz
Cuando
yo era niño, la luz se iba todavía con mucha frecuencia. Esa expresión, en sí
misma, "se ha ido la luz", ya indicaba lo azaroso del suministro, la cualidad antojadiza y arbitraria del
fluido eléctrico... Que
la luz se fuera no llegaba a ser catástrofe, porque el único aparato que dejaba
de funcionar era la radio, ya que era también el único que había... Algunas
veces la luz se iba de golpe en
toda la calle, en todo el barrio, y otras veces se nos iba sólo a nosotros, por
culpa de aquel percance técnico que se
describía con la expresión alarmada, aunque misteriosa, de que habían "saltado
los plomos". Alguien
tenía que armarse de valor y que deslizarse alumbrado por un mechero hasta ese lugar a
oscuras donde estaba aquel artefacto aterrador, el de los plomos
que habían saltado, y para conectarlo de nuevo hacía falta una noble dosis de
coraje, porque siempre cabía la posibilidad de una electrocución tan mortal e
instantánea como el rayo. Hace unos años, la imperfección de los primeros
ordenadores domésticos nos devolvió a algunos el miedo ancestral a que la luz
se fuera de golpe : bastaba un corte eléctrico de unos segundos para que el
trabajo de una tarde entera se esfumase sin rastro y como
aún vivíamos acostumbrados a las viejas certidumbres del papel imprimíamos las
páginas nada más terminarlas, y nos contábamos medrosamente historias de
colegas que por un descuido, por una repentina
avería, habían perdido
libros enteros. Un
experimento científico suele ser más importante que una página de literatura, y
puede necesitar para culminarse dosis de
imaginación y hasta de intuición poética que los literatos no sospechamos :
leí el otro día en el periódico que en el Laboratorio de la Facultad de
Veterinaria, en la Universidad Complutense, una científica colombiana con nombre
de personaje de novela, Leila Bustamente, perdió de
golpe cuatro meses de trabajo por culpa de un apagón. (...) En su laboratorio,
la profesora Bustamente se dedicaba a la tarea
futurista de cultivar clones del parásito que provoca la malaria, y en unos
segundos regresó a un pasado de apagones y penurias científicas. (...) Hay un ministerio de Ciencia y Tecnología, igual que
hay otro de Educación y Cultura, pero da la impresión de que el uno es tan vano
como el otro; quienes nos quejamos del abandono de las humanidades no
nos damos cuenta de que es más grave todavía el abandono de las ciencias. Entre
la indiferencia pública y los apagones, los verdaderos poetas bohemios o
malditos van a acabar siendo los científicos. Antonio Muñoz Molina, El País,
15/07/01. |